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Pedro tenía poco dinero.
La cara del pequeño jamás fue la misma a pesar de las innumerables operaciones. El amo, tampoco olvidó los gritos de la presa mientras forzaban la mordida asesina.
Tramó su venganza.
El resarcimiento necesitaba de una perra sana. Llamó a un veterinario y pagó sus honorarios. Al mes el animal lucía para lo que fue creado; intimidante y fuerte.
Compró un carrito de perros calientes.
Emparejó a Negrura cuantas veces pudo. Después del acto los pretendientes caían entre sus fauces. Era capaz de producir camadas de tres o cuatro cachorros. Los dejaba crecer por dos meses y luego se los quitaba para sacrificarlos guindándolos de una pata trasera para luego degollarlos.
Los perros calientes no están hechos de perro.
Negrura no dejaba de ladrar durante el procedimiento y sus ojos lucían más negros con sus lágrimas.
Las crías eran sancochados, despellejadas y molidas con los condimentos siguiendo el procedimiento bajado de Internet para hacer salchichas.
Muchos se atrevían a explicar el éxito del comestible: el sol que macera las papas, el agua de la plaza, el smog del tráfico, la preparación al aire libre.
“La Perra Caliente”, se llamaba el puesto y su platillo más vendido era el Baby Pitbull.
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