domingo, 25 de noviembre de 2007

Why?


Why did you save me if I was not a victim?
Why didn’t you liberate me if I was conquered?
Why did your hands stop whispering at me?
Why my letters don’t build words anymore?
Why anybody is not here for a change?
Why weren’t you listening when I told “I hate you”?
Why did you do this to me if you love me?

Because you needed to be saved from yourself.
Because you didn’t fight back.
Because you have tracks of my yelling on your face.
Because words doesn’t make any difference right now.
Because nobody cares.
Because I love you.
Because …

Buhonera

Marilú se había prometido jamás ser buhonera. Peluquera, mujer de servicio y hasta masajista, pero nunca buhonera. Gracias a Dios se graduó de bachiller he hizo un curso de secretaria en la Academia Americana mientras conseguía cupo para estudiar derecho.

Aquel día la señora Maruja hizo maletas para regresar a España obligada a cambiar su pasado en Venezuela por un corto futuro en la madre patria. Marilú había trabajado como su asistente por muchos años y para no dejarla con las manos vacías le regaló dos bolsas negras llenas de cachivaches: utensilios de cocina, vasos, zapatos, blusas, pantalones, cinturones y ropas de los años borrados apresuradamente.

Marilu anduvo con las dos alforjas plásticas en el metro, en las comioneticas y hasta un mototaxi la ayudó a lidiar con ellas hasta la entrada del barrio. Una vez dispuesta a subir los 157 escalones para llegar a su casa, tomó en cada mano las dos bolsas como coleador que se aferra a su silla y al dar el primer halón se rompieron al instante dejando al descubierto los enseres usados.

El día comenzaba a esconderse y Marilu se apuró a recoger el desorden sobre sus pies. Una vecina la ayudó no sin antes preguntarle por cuándo estaría dispuesta a cederle aquel cinturón de hebilla grande. En pleno regateo se acercó un señor interesado en unas botas militares y una viejita se aferró a unos platos que les parecieron familiares. Después de treinta minutos y ochenta mil bolívares finalmente subía las escaleras. Los días siguientes repitió el accidente en las entradas del metro, en las plazas, en las calles más transitadas y al lado de los parques, hasta que el evento se hizo habitual.

Cinco años después Marilu todavía sueña con graduarse de abogado, y maldice aquel día y todos los días que la alejan de su rutina universitaria y de un quince y último.