martes, 22 de julio de 2008

Olor a boca de río

Foto: http://www.flickr.com/photos/yasminyefren/345797233/
Esta fue la historia de un niño, su abuelo y un peñero. Salieron de madrugada. Las estrellas y un casabe monumental alumbraban la bóveda mágica. El barco tenía motor, pero van a remar. El abuelo tenía que enseñar. El niño va a aprender. El alba olía a rocío dulce, aterciopelado. Las manitas no se aferraban. La oscuridad abría sus fauces. El pequeño no se intimidó. La armadura del viejo lo arropó. El río casi ni sonaba. El remo dibujaba el agua. La corriente inofensiva los cargaba. Los aceites de cocoteros invisibles vencían la distancia. El abuelo guiaba el timón, él no lo sabía. La cadencia del mar atraía nuevos ruidos. El agua se puso inquieta. El salitre saqueaba el sereno. La luna se negaba a dormir. Los colores soñolientos abrían los ojos y el sol comenzaba a rugir. Todo se mezcló por un instante, el sueño con la vigilia, la serenidad con el agite, el dulce con lo salado, la noche con el día. Todo comenzaba o todo terminaba. Tiraron anclas y quimeras. Dos anzuelos, dos nylon. Los plomos se zambulleron en anhelos. Sólo el tiempo reconocería el corazón de un pescador. Un tirón inició la faena como la luz al día. El mentor guiaba al niño, luchaban fuerzas y esperanzas. Era un bagre de medio kilo. Tenía bigotes y no hablaba, sólo se obedecía: resistía y peleaba. La paciencia y la desesperanza son porciones del cambio. Sus branquias inútiles dejaron de funcionar. La lucha por la vida terminó en la muerte. Un fogón al otro lado despertó otras hambres. Olía a leña y arepas recién montadas. La piel comenzó a tostarse. Era hora de regresar. El hombre tomó los remos y la corriente a domar. El nuevo marino venera a su presa que honrará. El abuelo los miraba tranquilo, sabe que todo se repetirá.