Marilú se había prometido jamás ser buhonera. Peluquera, mujer de servicio y hasta masajista, pero nunca buhonera. Gracias a Dios se graduó de bachiller he hizo un curso de secretaria en la Academia Americana mientras conseguía cupo para estudiar derecho.
Aquel día la señora Maruja hizo maletas para regresar a España obligada a cambiar su pasado en Venezuela por un corto futuro en la madre patria. Marilú había trabajado como su asistente por muchos años y para no dejarla con las manos vacías le regaló dos bolsas negras llenas de cachivaches: utensilios de cocina, vasos, zapatos, blusas, pantalones, cinturones y ropas de los años borrados apresuradamente.
Marilu anduvo con las dos alforjas plásticas en el metro, en las comioneticas y hasta un mototaxi la ayudó a lidiar con ellas hasta la entrada del barrio. Una vez dispuesta a subir los 157 escalones para llegar a su casa, tomó en cada mano las dos bolsas como coleador que se aferra a su silla y al dar el primer halón se rompieron al instante dejando al descubierto los enseres usados.
El día comenzaba a esconderse y Marilu se apuró a recoger el desorden sobre sus pies. Una vecina la ayudó no sin antes preguntarle por cuándo estaría dispuesta a cederle aquel cinturón de hebilla grande. En pleno regateo se acercó un señor interesado en unas botas militares y una viejita se aferró a unos platos que les parecieron familiares. Después de treinta minutos y ochenta mil bolívares finalmente subía las escaleras. Los días siguientes repitió el accidente en las entradas del metro, en las plazas, en las calles más transitadas y al lado de los parques, hasta que el evento se hizo habitual.
Cinco años después Marilu todavía sueña con graduarse de abogado, y maldice aquel día y todos los días que la alejan de su rutina universitaria y de un quince y último.
Aquel día la señora Maruja hizo maletas para regresar a España obligada a cambiar su pasado en Venezuela por un corto futuro en la madre patria. Marilú había trabajado como su asistente por muchos años y para no dejarla con las manos vacías le regaló dos bolsas negras llenas de cachivaches: utensilios de cocina, vasos, zapatos, blusas, pantalones, cinturones y ropas de los años borrados apresuradamente.
Marilu anduvo con las dos alforjas plásticas en el metro, en las comioneticas y hasta un mototaxi la ayudó a lidiar con ellas hasta la entrada del barrio. Una vez dispuesta a subir los 157 escalones para llegar a su casa, tomó en cada mano las dos bolsas como coleador que se aferra a su silla y al dar el primer halón se rompieron al instante dejando al descubierto los enseres usados.
El día comenzaba a esconderse y Marilu se apuró a recoger el desorden sobre sus pies. Una vecina la ayudó no sin antes preguntarle por cuándo estaría dispuesta a cederle aquel cinturón de hebilla grande. En pleno regateo se acercó un señor interesado en unas botas militares y una viejita se aferró a unos platos que les parecieron familiares. Después de treinta minutos y ochenta mil bolívares finalmente subía las escaleras. Los días siguientes repitió el accidente en las entradas del metro, en las plazas, en las calles más transitadas y al lado de los parques, hasta que el evento se hizo habitual.
Cinco años después Marilu todavía sueña con graduarse de abogado, y maldice aquel día y todos los días que la alejan de su rutina universitaria y de un quince y último.
3 comentarios:
Meta la mano o mata la mano?
¿Sería por "bolsa"?
A Marilú le faltó un buen abogado .Antes de que la jefa se marchara a España y dejarle dos bolsas llenas de "peroles", debía de haberle liquidado sus prestaciones sociales y pagado su dedicación y buen servicio con Bs fuertes, o al menos dejarle la peluqueria.
Un abrazo.
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