miércoles, 25 de mayo de 2011

Mulholland Dr.







Lleva años, al menos a mí, desarrollar una conciencia surrealista. Ese es el sabor que me quedó después de volver a ver Mulholland Dr de David Lynch. Si les pasa como a mí, van a ver una película que rompe con toda estructura narrativa y se descompone escena tras escena para luego cobrar cierto sentido en los últimos minutos de la película. Les advierto, esta película no es para mentes trasnochadas inundadas de Redbull.




Como en toda obra de arte hay escenas de gran satisfacción inmediata, como el beso entre Naomi Watts y Laura Elena Harring, semidesnudas, que pone al borde de la silla al más desinteresado. La escena estilo Tarantino (para no referencia a Brian de Palma) de un asesino torpe me arrancó una carcajada. Pero esta obra de arte es definitivamente mayor que la suma de sus partes.




Trasgredir las fronteras entre lo real y lo imaginario, el sueño y la vigilia, los deseos y los hechos, es la dicotomía que Lynch maneja magistralmente, y es algo que ahora aprecio. Antes me parecían simplemente desconexiones caprichosamente unidas por cada quien en la audiencia. Dalí debe estar ignorándome en su tumba.




Y para cerrar: el sonido. Se convierte simplemente en otro narrador, en perspectivas, en emociones de los personajes, y por supuesto es tremenda palanca para mantener la tensión dramática.




Sin más, espero disfruten al gran David Lynch y su Mulholland Dr.