miércoles, 17 de septiembre de 2008

¡Gritos!



Foto: http://www.flickr.com/photos/el_memo/2451582122/

La mejor manera de comenzar el día es con un grito.

María tenía tres días enamorada. Bueno, sólo dormía entre tres o cuatro horas durante el día detrás de cualquier cortina o debajo de una mesa. Si enamorarse era dejar de dormir, estaba enamorada.

Su indigencia era extrema. Campeona de los abandonados, como le gustaba resumir. Jamás había sentido el amor auténtico, sólo sus genitales irritados de esperma de velas derretidas. Además era muy huraña. Sus amigos eran un pastor alemán mugriento, una gata angora calva y un perico sin alas; ella se encargaba de desplumarle las alas para que no se atreviera escaparse.

Todo comenzó cuando Juan Manuel, un miércoles santo, sin darse cuenta, le habló y le dijo que podía salvarse. Todo el sufrimiento de María sería recompensado el Domingo de Gloria. Le encantaba como sonaba su nombre en la voz de Juan Manuel. Se iba a confesar sólo para que la mandara a rezar ave Marías. A veces no le contestaba para dejarlo hablar y seguir percibiendo lo que era música para ella. El confesionario era su lugar favorito porque él no podía verla. Si, el único detalle es que Juan Manuel era sacerdote.

Ella sabía que no podrían casarse o tener hijos con él; pero ese detalle no le molestaba. Ella no dormía porque en semana santa los sacerdotes no duermen. Ella podía seguirlo y pasar desapercibida. Era su voz, su ternura lo que la tenían hechizada. Durante más de setenta y dos horas no lo perdió de vista. Si entraba en el sagrario lo esperaba detrás de un santo, si iba a almorzar se quedaba en la acera, cuando daba misa lo escuchaba detrás del último banco.

El lunes se despertó con el mordisco del perico en una oreja. Era muy temprano, oscuro todavía. Buscó a Juan Manuel, no lo consiguió. Se desesperó. Buscó otra vez. Preguntó y le dijeron, el Padre Juan Manuel regresó a su tierra, el sólo vino por Semana Santa. Su pecho se derritió como sus ojos. Un nudo se hizo en su garganta y sus compañeros estaban inquietos. Liberó su garganta con un grito que paralizó el tiempo y se tragó la luz. Sólo su perro guardián la escuchó. La ciudad despierta ahogó sus sonidos.

Regresó a su casa con sus mascotas. Jamás volvió a ver a su salvador. María desde entonces le recomienda a todo el que conoce: “La mejor manera de comenzar el día es con un grito”.

3 comentarios:

Oly Fuchs dijo...

Hola Eumoon!
Tu relato me recordó a la abogada de una cliente mía. En determinada reunión que sosteníamos, mencionó su forma de darle la bienvenida al nuevo día:
"¡A mí nadie me va a joder hoy!" similar a un grito de guerra.
Felices pasos lunáticos,
Olga

Oly Fuchs dijo...

Feliz cumpleaños!!!!!!

Francisco Pereira dijo...

Ahora quien quedó desplumada fue la pobre María.
Ahora el perico gritaba todas las mañanas su venganza!