sábado, 14 de julio de 2007

Amor mudo

Clara esperaba que Ricardo la complaciera, la escuchara y sobre todo la entendiera. Tenía muchas cosas que decirle. Habían quedado para cenar a las ocho . El silencio había hecho mucho daño a aquella relación. El encuentro se había convertido en una última oportunidad para la reconciliación.

Clara esperaba resignada en el sitio acordado. Una copa de agua mineral fría valía como prisma en la mesa bañada por la luz de una vela. La vista de ella se perdía en la degradación de colores y entre las turbulencias de luces atrapadas en el vidrio. Su gusto se refrescaba después de cada trago. El agua olía antiséptico, limpio y dulce. Las gotas condensadas sobre la pared del recipiente emulaban lo que había sucedido infinitamente sobre su rostro.

Ricardo había planeado una sorpresa para cambiar su suerte. Se dirigía apresurado a su cita a pesar de andar a tiempo. No quería llegar tarde, porque lo más importante era no olvidarse lo ensayado. Temía no ser entendido, fallar una vez más a su amada y verse ridículo. En su mente se repetía una y otra vez la escena embarazosa de la última pelea en público. La frustración de ella por la incapacidad de él de hacerse entender y deducirla.

Ricardo la encontró en la mesa como se lo había imaginado. Clara estaba iluminada por la luz de una vela. Su rostro, lozano y angelical, parecía hipnotizado por un vaso de agua dispuesto sobre la mesa. A medida que se acercaba, su corazón latía más fuerte, sentía humedecerse sus manos y secarse su garganta. La sorprendió con un beso suave, cálido e intemporal afincado sobre su mejilla. Clara cerró sus ojos y se dejó llevar por sus sentidos. Ricardo olía a cilantro y a pintura de óleo; debía venir del estudio en su casa, quizás estuvo pintando, quizás estuvo labrando, quizás ambas cosas.

Sobre la mesa los dos hablaban sin emitir sonidos. Sus dedos bailaban sobre sus manos, pintaban en el aire, señalaban sus cuerpos. Sus manos se escondían y aparecían. Con los gestos se arrancaron sonrisas y caricias. Bailaron una música invisible aprobada por sus cuerpos. Ricardo le habló a Clara por primera vez, y Clara lo dejó establecerse en su mundo lleno de colores, sabores, mimos y olores.

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