“No hay hombre grande para su ayuda de cámara”
ayuda de cámara.
1. m. Criado cuyo principal oficio es cuidar del vestido de su amo.
El loco Landaeta, sin plagiar á Cervantes, decía, – cada hombre es lo que los demás quieren que sea.
Y tenía razón el loco!
La reputación no es otra cosa que el concepto que los demás forman de un hombre.
Favorable ó adverso, falso ó verdadero, ese juicio público es un fallo inapelable.
Pero como el error es el patrimonio del hombre, yo creo que la mayor parte de las veces se equivoca en sus juicios.
De ahí vienen tantas reputaciones usurpadas, tanto pedazo de barro vil convertido en celebridad por los caprichos de la fortuna, por el interés de los unos, la debilidad de los otros y por la aceptación inconsciente de la gran mayoría.
He leído de algunos periódicos, tratándose de mí – el fecundo, el chistoso, el ilustrado escritor, y por supuesto que, entre las gentes que no me conoce de cerca, habrá muchos que crean todo eso.
Pero yo, que sé cuál es mi fecundidad, y lo que puede esperarse de ella; que conozco que mis chistes, si algunos he tenido, no son hijos míos, sino de las ridiculeces de los otros; que sé que toda mi ilustración se reduce á los epigramas de Quevedo, á las hazañas de Don Quijote, y á unos retazos de historia antigua, no puedo menos que reírme de la ilustración que me, atribuyen amigos generosos ó equivocados.
Así es que cuando yo oígo decir Don Fulano es muy fecundo, digo en mis adentros: -- Será como yo; tendrá una larga familia.
Cuando oígo decir de un Don Sutano, á quien no conozco, que es muy ilustrado, digo para mí: -- Habrá leído los refranes de Sancho, sabrá que hubo valientes llamados los Gracos y un tal Julio César, y habrá leído Girondinos.
Cuando yo formé parte del gabinete nacional, nadie me nombraba, particularmente en las peticiones, sin decirme: El activo ministro, el probo ministro, el popular ministro.
¡Oh celebrada actividad! Es la época de mi vida en que he dormido más! ¿Quién no duerme tranquilamente en el regazo del Presupuesto?
Mi probidad no quedó desmentida, pero tampoco quedó probada, porque en aquella época se hallaba el tesoro exhausto, y no se puede saber quién come turrón, cuando no hay turrón.
Además, en aquel tiempo estaba de moda la honradez; nadie robaba; de tal modo, que, gentes que han mostrado después una excelente vocación para el arte, manejaron fondos públicos y no dieron nada que decir.
La gente creía que , de buena fé, que era malo disponer del tesoro público, lo que resultó ser, á poco andar, la cosa mejor y más inocente del mundo!
¡Cómo se van perfeccionando las ideas!
El jefe del Gobierno con quien yo serví, salió de la presidencia á poner una escuela para ganar el pan.
Con semejante jefe, ¿qué recurso nos quedaba a los subalternos?
Mi popularidad duraba, para cada conciudadano, hasta el día que llegaba á proponerme un contrato inaceptable, ó á pedirme un destino que yo no podía darle.
Por eso, cuando leo en los periódicos los elogios que se tributan á los altos mandatarios, suelto una carcajada para adentro y me digo: — Esas notabilidades deben ser como yo—y algo muy gordo y muy sonante debe estar buscando quien las encumbra tanto.
Esto no quiere decir que existan magistrados muy dignos y elogios muy merecidos. Esos los pongo aparte, y como son pocos, no me cuesta mucho trabajo separarlos.
Hablando de sus candidatos, dicen los periódicos eleccionarios: — “La reputación de que goza nuestro jefe es debida á su talento, á su patriotismo y á sus ideas liberales y progresistas, nunca desmentidas”.
No importa que sea un déspota; hay que engalanarlo con las ideas liberales y progresistas: sin esos relumbrones, no puede atraerse la opinión del pueblo.
Es preciso convidar al toro con una muleta de vivísimos colores: — el estoque está detrás.
Perdóneme el lector la inexactitud que hay en este símil— donde dice toro léase buey.
Cómo se ríe todo el mundo de esas reputaciones forjadas en frío, con periódicos insulsos; que se reparten gratis, y que todavía hay que pagar á los suscriptores para que los lean!
Y qué quedaría de sus grandes cualidades, si llegara el candidato á triunfar y á ponerse en evidencia?
Un militar oscuro triunfa en una escaramuza, porque el enemigo tuvo más miedo ó menos pertrecho.
El parte oficial, escrito por un teniente que aspira á ser capitán, pinta la batalla como el suceso más trascendental del siglo, y hace del jefe un émulo de Alejandro.
Los periódicos oficiales copian el parte y le aumentan y comentan en beneficio de su causa.
El general vencedor, se adueña de todo lo que el Gobierno ha dicho en provecho propio, y ya se cree dueño de la suerte de la Patria, y mira al Gobierno como á un protegido, que debe pagarle muy cara su protección, en honores, sueldos y regalías cuantiosas.
El vulgo le mira tan altanero y tan galoneado, que comienza á creer que es un gran hombre y á tenerle miedo.
Cuando pasa por una esquina, preguntan los curiosos:
—¿Quién es ese? — Y responde uno que le conoce:
—¿Ese? Ese es un demonio; ese es el General Cienfuegos; el que tomó las fortificaciones de Baruta á fuego y sangre y …dicen que no amarró á los prisioneros…
El auditorio se queda mudo de espanto, y la fama crece y crece…
Pero un día, el Gobierno se cansa de su ambición y de sus exigencias, y le quita el empleo, y le deja por los clubs haciendo discursos, conquistando partidarios con champaña, y contando hazañas que provocan la risa de sus oyentes—hasta que uno del mismo jaez, le insulta y lo humilla, y viene á tierra aquella gran reputación, fundada en haber hecho correr en Baruta á unos hombre desarmados!
Y qué diremos de esos discursos de la corona, llamados por acá Mensajes, siempre tan elocuentes, tan luminosos y tan patrióticos!
Ah! Cómo han conquistado reputación de sabios y de talentosos algunos magistrados, valiéndose de plumas prestadas!
Y oígo usted la prensa ministerial y á los amigos del momento.
Qué talentazo! Qué rollo de documentos! Qué pedazo de hombre!
Ya se ve! Quien tienen la llave de todas las mercedes, y las dispensa con largueza, no puede menos que ser un pasmo de sabiduría!
… Pero llega el día en que ese mismo hombre, tan eminente suelta las riendas del Gobierno y las llaves del Tesoro, y entonces exclaman los mismos administradores de la víspera:
— Qué vergüenza! Cómo ha podido este imbécil gobernar un país civilizado?
…Ahora sí que tenemos presidente!
Y sigue la música, el incensario y los cohetes, hasta comienzan á doblar las campanas…
Así son los hombres. Fabrican unos gigantes por interés ó por simpatías, y los exponen sobre pedestales de arena á la adoración de las multitudes.
Pero se acerca cualquiera al ídolo; lo examina con la lente de la verdad y no encuentra más que las miserias, fragilidades y pequeñeces que tenemos todos.
Hay sin duda muchas reputaciones merecidas; esas que se fundan en el verdadero mérito; esas que no imploran aplausos ni los necesitan.
Para ellas toda mi veneración.
F. DE SALES PÉREZ
Valencia: abril de 1890.
Publicado en el primer número del Cojo Ilustrado, 1ro de Enero de 1892